Casa Generalicia

marzo 27, 2020 7:38 am

LA CASA GENERALICIA Y EL CORONAVIRUS

Queridos Hermanos y Hermanas,

Algunos de ustedes han tenido la amabilidad de expresar su interés y preocupación por nosotros aquí en la Casa Generalicia y por cómo nos está yendo, viviendo como lo hacemos en Italia, el actual epicentro del brote de Coronavirus y sus consecuencias mortales. Me alegra poder decir que los doce residentes estamos bien, por lo que sabemos, aunque algunos están más ansiosos que otros.

La vida aquí es normal en cuanto al día y horario monástico, pero la gran diferencia es que todos estamos presentes en la Casa al mismo tiempo debido a las restricciones introducidas hace dos semanas por el gobierno en un decreto acertadamente titulado “¡Me quedo en casa!” ¡Y así lo hacemos! No tenemos otra opción: se permiten salidas sólo para necesidades reales (comida y medicina), para trabajos esenciales y por razones personales particulares. La policía hace controles y uno necesita llevar un documento oficial que justifique la razón de su viaje.

Nuestro cillerero, el hermano Javier, que sale a abastecernos una vez a la semana, fue detenido en los puntos de control de la policía tanto al ir como al volver de un reciente viaje de compras. Así que la aplicación de las restricciones se está tomando cada vez más en serio. Puedo darme cuenta de esto con sólo mirar por mi ventana y ver que el aparcamiento de la plaza está completamente vacío. Normalmente, en los días laborables, está abarrotado con unos 150 a 200 coches. Ahora no se ve ni uno. ¡Cada día es como un domingo! El objetivo es, por supuesto, reducir el contacto humano y el riesgo de transmitir el virus. Las universidades están cerradas, por lo que nuestros dos estudiantes (Padres Maxi y Antonio de Rawaseneng) están trabajando desde casa mientras el Abad General y sus Consejeros están inmovilizados. Pero tenemos mucho con qué ocuparnos útilmente.

En este país el epicentro del Coronavirus es el norte de Italia y, en particular, la región de Lombardía, que está a unas 5 a 6 horas en coche de nosotros. Viviendo durante las últimas semanas con cielos azules y un sol radiante en la ventana, parece extraño escuchar los estragos que el Coronavirus está causando a tan sólo unas horas de camino. El número de muertes por día en Italia es aproximadamente de 600 a 700, con la mayoría de ellas en el Norte. Oímos hablar del heroico trabajo que hacen las 24 horas del día los médicos, las enfermeras, los trabajadores de los hospitales, el clero, los religiosos, las autoridades civiles e incluso el Ejército, al entregarse (y, en algunos casos, al dar sus vidas—33 médicos han fallecido) al servicio de los afligidos. Uno se siente pequeño ante tal abnegación, compasión y solidaridad. ¡Tres porras por la humanidad!

Hace unos días algunos de nosotros vimos un breve video que mostraba la ciudad de Bérgamo (lugar de nacimiento del Papa San Juan XXIII). En él vimos 15 grandes camiones del Ejército llenos de ataúdes llevándose a los muertos después del anochecer a otras ciudades y provincias, porque los cementerios y crematorios de Bérgamo ¡no podían hacer frente a los números de los fallecidos! Fue un macabro recordatorio de la magnitud de la pérdida de vidas así como de la lucha de los que combaten el virus y del sufrimiento de los afligidos, separados de sus seres queridos en su sufrimiento y en su muerte.

El Coronavirus ha irrumpido en nuestro mundo y ha perturbado los planes de los gobernantes y de las naciones, y también de nuestro pequeño mundo monástico, de una manera para la que nadie estaba preparado. Nuestras agendas de reuniones, Visitas Regulares, planes de viaje, incluso visitas a hospitales, proyectos comunitarios o simplemente la vida cotidiana de la comunidad se han descarrilado. Muchos de nosotros quizás estamos experimentando la clausura de una manera que sólo conocían aquellos que vivían en el monasterio ¡hace treinta o cuarenta años! Hemos sido empujados fuera de nuestra zona de confort y llamados a darnos cuenta de una manera muy nueva de la fragilidad de nuestras vidas y del poco control que tenemos sobre ellas.

Ahora tenemos una nueva terminología: hablamos de “distanciamiento social” para referirnos a mantener una distancia segura entre nosotros para evitar transmitir o contraer el Coronavirus. Podemos ver la lucha entre las naciones del mundo, la lucha por proteger nuestra propia tierra y al mismo tiempo el deseo de colaborar con otros. Cerramos nuestras fronteras y al mismo tiempo nos necesitamos unos a otros. Queremos encontrar una cura y trabajamos con otros, y aún así la queremos para nosotros mismos primero, si sólo podemos salirnos con la nuestra. Vivimos en una situación de crisis y en un momento decisivo para la humanidad. Necesitamos la ayuda de Dios. Y también necesitamos animarnos unos a otros, como dice San Pablo. Los italianos, al menos en algunos barrios populares, lo intentan cantando y tocando música desde sus balcones para así levantar los espíritus. Algo de eso ha ocurrido también en la Casa.

Señalamos aquí que el domingo 15 de marzo por la tarde, el Papa Francisco hizo una breve “peregrinación” al Icono de Nuestra Señora Salvación del Pueblo Romano en la Basílica de Santa María la Mayor, y luego visitó la cruz milagrosa en la Iglesia de San Marcelo, también en Roma. Esta cruz fue llevada a través de la Ciudad en 1522 para terminar con la gran plaga. El Papa Francisco fue allí para rezar por el fin de esta pandemia, por la curación de los enfermos, por una paz perpetua para los muertos y el consuelo de los afligidos. Alentó el uso de la oración que recitó en esta ocasión, para nuestras circunstancias actuales. Viviendo en Roma, aquí en la Casa hemos decidido decir juntos la oración adjunta después de las Vísperas y luego pasar unos momentos en silencio. Nos parece bien hacer esto y confiamos en que hace el bien.

Así que ahora ya tienen una pequeña ventana a nuestra vida actual en la Casa.  Gracias por su preocupación. Entreguémonos con confianza en las manos de Dios y oremos juntos por el bienestar de todos, y especialmente por el fin de la pandemia del Coronavirus y por la curación de los males que ha traído a la vida de tantos.

Con nuestras oraciones fraternales y buenos deseos,

En la solemnidad de la Anunciación del Señor,
25 de marzo de 2020.

Eamon Fitzgerald
Abbot General

Casa Generalicia y Conoravirus. pdf – ES